Ahora es Marisa quien se detiene, piensa: ¿Es posible que esté hablando del mismo Ramón? Un estremecimiento le recorre la espina dorsal, los recuerdos duelen. A pesar de todo, Marta le resulta simpática, y siente un deseo intenso de ayudarle en su búsqueda, pero sabe que eso podría ser muy peligroso para su amigo. Por un instante casi cae en la tentación de contarle todo lo que sabe, pero finalmente vence su lado práctico, profesional, frío. Aún así decide tranquilizarla.
- Me temo que no te puedo ayudar mucho, Marta - le dice en tono cariñoso. Ramón no está en Madrid, y yo ni siquiera sé donde está, aunque me consta que está bien. ¿Sabes lo que es un testigo protegido?
- Si, más o menos, pero yo creía que aquí no existía eso, que era algo propio de películas americanas.
- No se le da publicidad, como es lógico, pero existen unos cuantos, y Ramón es uno de ellos. Ahora vive en otro país, con otra identidad, y solamente una persona conoce su paradero. Aunque quisiera, no podría averiguarlo.
- Pero, ¿por qué? ¿qué hizo? ¿en que lío se metió?
- Uf, es largo de contar, resuella Marisa. Resumiendo, se encaprichó de alguien que no le convenía, una pesona involucrada en una oscura historia de espionaje y crímenes.
Marta tuerce el gesto, apoya en su mano el peso de la cabeza y comprime la mandíbula. Es la forma que tiene de morderse la lengua. La explicación de Marisa le ha parecido escasa y poco convincente, y le tiene algo irritada pues piensa que la mujer no le ha dicho todo lo que sabe, y ella ha hecho muchos kilómetros para tan poca cosa. Intentará sacarle más información, aunque es consciente de que no va a resultar fácil.
- Marisa, dime una cosa: Si no sabes donde está Ramón, ¿cómo sabes que está bien?