miércoles, enero 31, 2007

Taxista

Imagen tomada del sitio Las fotos de Elagus

Madrid nunca le había gustado a Marta. Acostumbrada a una ciudad pequeña, la gran urbe le impresionaba y acomplejaba un poco. Allí se sentía desprotegida, y abandonada: no sabía dónde estaban los sitios ni cómo ir a ellos; más si cabe en las actuales circunstancias, pues había ido sola, sin nadie que le guiara, no como otras veces. No se sentía segura en el metro, tampoco conocía la red de autobuses, y estaba demasiado cansada para arriesgar con una decisión incorrecta; así que recurrió a la solución fácil, cómoda, aunque más cara: el taxi.

Apenas entrar en el coche, se arrepintió de su decisión. El taxista era un chaval joven, con el pelo pintado de naranja, desigual, cortado a trasquilones, y el lóbulo derecho de su oreja prácticamente oculto con un pendiente de color negro de bisutería barata. Extremadamente delgado, con barba de tres días, y aspecto insano, no se sabía de donde sacaba las fuerzas para mantener su verborrea, lo que sacaba de sus casillas a Marta, que además sentía una punzada en su ánimo cada vez que el hombre le dirigía una mirada insinuante por el espejo retrovisor.

El trayecto no era demasiado largo: desde la estación de Atocha hasta la Gran Vía, donde se encontraba el hotel; pero, entre el tráfico espeso y la absurda conversación del conductor se hizo eterno. Lo único que iba deprisa era el taxímetro. Marta no podía dejar de mirar el paso constante de los dígitos de la pantalla, huyendo de los ojos del taxista, y de los múltiples monigotes que colgaban de los sitios menos imaginables del coche.

Llegados al destino final, Marta hizo un esfuerzo y contestó con palabras amables a las últimas preguntas del hombre, referidas sobre todo a los motivos de su viaje, y a los días que pensaba pasar. El taxista le recomendó algunos lugares para visitar, restaurantes para comer, y ella, sin saber muy bien por qué, le contestó con la mejor de sus sonrisas, e incluso le agradeció mucho su ayuda, aclarando que le iba a ser muy útil, dado su desconocimiento de la ciudad. Entonces él, muy solícito, le dejó una tarjeta, y se ofreció para llevarla adonde hiciera falta.

Ella metió la tarjeta dentro del bolso, por educación, pensando en deshacerse de ella lo antes posible, pero el hecho es que los últimos instantes habían mejorado la opinión inicial que se había formado del hombre; y aunque algo friki, el individuo no estaba mal del todo.

A veces más vale malo conocido, que bueno por conocer, pensó Marta, que tampoco estaba en condiciones de rechazar toda la ayuda que le pudieran prestar. Aunque, a decir verdad, ni sabía lo malo que podía llegar a ser, ni lo útil que le podía resultar.

martes, enero 23, 2007

Hagámoslo


De nuevo un escaso intervalo de tiempo fue suficiente para enterrar la esperanza de la muchacha: un seco mensaje, todo en inglés, le advirtió de que no había sido posible entregar el escrito a su destinatario.

El primer pensamiento que le vino a la cabeza a Marta es que había cambiado de cuenta sin cancelar la antigua, pero se quedó algo intranquila: alguna pieza no terminaba de encajar en el puzzle de la situación.

Nuevamente el gusanillo de la incertidumbre alimentaba aún más los inconfesables deseos de volverle a ver, y se estaba convirtiendo en una obsesión que llenaba todas sus horas, impidiendo el desarrollo normal de su trabajo, y acortando sus horas de descanso. Así, la decisión de ir en su busca fue más una necesidad que un deseo.

Era, pues, tiempo de caer definitivamente en la tentación, de resolver todos los enigmas, de vencer los miedos, de afrontar la realidad, tiempo de acción. "Hagámoslo", se dijo mientras tarareaba la canción y tamborileaba encima de la mesa con los dedos de su mano izquierda. "Hagámoslo"

En su trabajo no le pusieron demasiadas pegas para concederle un par de días de descanso. Marta era buena trabajadora, pero últimamente todos notaban su agotamiento: el humor algo alterado; los oscuros cercos que rodeaban sus ojos, apenas disimulados por el maquillaje; la mirada extraviada, fija y constante en algún punto infinito; los indisil¡mulados bostezos, las pequeñas cabezadas de sueño...

Tomó el tren en aquella misma estación, en la que se despidiera de él hace más de un año, un viernes por la tarde, dispuesta a no volver sin saber algo de él; pero solamente tenía cuatro días para lograr su objetivo.

jueves, enero 18, 2007

Mensaje en una botella


Ni un sólo tono de incertidumbre llegó a escuchar Marta: un cansino mensaje le advirtió de que el número marcado estaba apagado o fuera de cobertura. Lo siguió intentando varias veces durante la mañana, y por la tarde, hasta que se convenció de que el teléfono no iba a ser descolgado ese día.

Pero tampoco lo fue los siguientes. Continuó intentándolo, pero cada vez con menos insistencia, hasta darlo por imposible. Seguramente durante el tiempo pasado, él habría cambiado de número de teléfono, y ahora le iba a resultar más complicado localizarle.

Ese inconveniente le desanimó al principio, y durante un tiempo abandonó la búsqueda, envuelta en una nebulosa de trabajo que no le dejaba tiempo para pensar en otras cosas.

Un día, sin embargo, notó que las prisas iban a menos; ya podía dedicar algo más de tiempo a leer, escuchar música, e incluso consultar alguna página web en las pausas que se dedicaba cuando terminaba una tarea y empezaba otra.

Sin darse cuenta, un día se sorprendió a sí misma leyendo antiguos correos, y ... decidió escribir.

No sabía cómo no se le había ocurrido antes esa idea. ¡Qué tonta había sido! Conociéndolo no tenía dudas de que le contestaría. Se puso a escribir enseguida, pero las palabras no le venían; no encontraba el tono del mensaje: empezaba uno demasiado íntimo, y lo sustituía por otro más impersonal; comenzaba un largo relato sobre sus intrascendentes vivencias, y lo cambiaba por alguna chorrada reenviada por una de sus amigas.

Tras varios intentos encontró algunas frases que contaban poco de ella, preguntaban algo de él, y mantenían cierto halo de misterio con la intención de provocar la curiosidad. Pulsó la opción de "Enviar" y sonrió satisfecha.

martes, enero 09, 2007

Nostalgias

Imagen tomada de CajónDesastre

Marta se quedó unos segundos escuchando la ovación mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Descendió las escaleras y salió del garito por un pasillo, entre felicitaciones, hasta encontrarse con el fresco de la puerta.

Allí, escuchó como la gente jaleaba a un nuevo espontáneo, y ella se encontró de nuevo sola, en silencio, tanto como se había sentido mientras cantaba, tanto como lo había estado durante los últimos meses.

Las lágrimas se habían secado ya; el surco salado había dejado su huella y estaba más frío que el resto de la cara, no quedaba ninguno de sus acompañantes, ni nada que hacer allí, así que comenzó a caminar con ese ritmo lento pero armonioso, como el comienzo de una sinfonía, que nunca dejaba indiferente a quien se atrevía a mirar.

Por fortuna el peso de la noche le hizo desear llegar pronto a su casa, y olvidar entre las sábanas su soledad; así sus necesidades físicas dieron unas horas de tregua a las afectivas. A la mañana siguiente fue justo al revés: su cuerpo se tomó justa venganza de los excesos nocturnos y entonces apareció él con mucha mas fuerza en sus pensamientos, rompiendo la barrera defensiva que tan buenos resultados le había proporcionado en los últimos meses.

La secreta e íntima promesa que se hiciera en los días siguientes a la ruptura se deshizo como un castillo de arena, que parece indestructible a los ojos de un niño, pero el implacable roce de las olas es capaz de deshacerlo en minutos. Había decidido no querer saber nada más de él, no llamarle, no preguntar, nada: dejar que el espeso manto del tiempo cubriera poco a poco sus recuerdos como la hierba termina arruinando el camino que ya no es transitado.

Pero esa mañana, por primera vez, Marta sintió la tentación, quiso saber por qué, quiso saber cómo estaba, qué había sido de él, qué tal le trataba el paso del tiempo… ¿Qué mal había en ello? ¿Qué podía perder intentándolo?

Dicen que al lugar donde fuiste feliz no deberías tratar de volver, pero ella decidió desoír esta vez a la voz de su conciencia, buscó en el viejo cajón de sus recuerdos una nota manuscrita con su nombre y su teléfono. Pulsó los nueve números y el botón de confirmación, y esperó. Su corazón empezó a latir con fuerza.