viernes, noviembre 13, 2009

Destino: Chamartín


En la recepción del hotel no hay mucha gente a esas horas. El domingo invita a permanecer un rato más en la cama, demorar el desayuno, y aplazar el doloroso trámite de las maletas.

Sin embargo, Marta ya está allí, con su equipaje recogido, el billete de tren dentro del bolso, y la tarjeta VISA preparada en la mano, a la espera que el conserje termine de calcular la minuta.

Su mente se halla ya lejos de Madrid, pensando en el retorno, aunque el misterio del paradero de Ramón todavía le inquieta a ratos. En uno de esos, repara en la promesa de Marisa: las instrucciones para comunicarse con ella; y su vista se dirige entonces hacia el casillero de las llaves. En el de su habitación, un pequeño sobre blanco, sin remite, espera.

En el camino de Chamartín, Marta no habla. El taxista intenta en vano darle conversación. El pequeño sobre blanco pesa como una losa dentro del bolso. Es muy poca información para tantas emociones, para tanto peligro pasado. Mientras las palabras vuelan por el taxi, Marta saca balance, y nota como su ánimo empieza a caer por un precipicio tan previsible como profundo.

Poco antes de llegar a la estación, la mirada del taxista encuentra unos ojos rojos a punto de estallar, y algo por dentro se le mueve, una angustia repentina que le sube por el esófago hasta la garganta y le vuelve a bajar hasta la boca del estómago.

Al despedirse, Marta baja la cabeza, pero pronuncia su nombre muy bajito.

- Adiós, Carlos. Ha sido un placer conocerte. Quién sabe si volveremos a vernos.

-.-