El piso de la Avenida de la Virgen del Puerto, que tantos momentos emotivos e intensos viviera meses atrás, llevaba ya una temporada de tranquilidad, con inquilinos más bien aburridos, entre cuyas aficiones no se encontraba proteger espías a la fuga, resistir silenciosos asedios, o padecer registros a medianoche. La cinta de protección policial hacía tiempo que no guardaba la puerta, y sus paredes tampoco escuchaban susurros de miedo, ni gemidos de placer desbocado salidos de la pasión con que se emplea la vida cuando intuye de cerca a la muerte.
Sin embargo, esa mañana los inquilinos del piso recibieron dos visitas inesperadas en poco tiempo, aparentemente sin ninguna relación entre ellas, o por lo menos eso les pareció a la pareja de jubilados que abrieron la puerta. La primera, una joven bastante guapa, con acento marcadamente maño, y muy buenos modales, les preguntó por un tal Ramón. A la mujer le cayó simpática por aquello que no era de la ciudad, y tenía un aire tan familiar, tan de casa, como el de su hija, a la que veía tan de vez en cuando. Apartó a su marido de un manotazo, y decidió encargarse ella de la visita.
- Pasa, pasa hija. No te quedes ahí -le dijo amable-. Pasa, siéntate, ¿quieres tomar algo?
- No quisiera molestar. Usted tendrá cosas que hacer.
- Nada, nada. Y no me hables de usted. Pasa, pasa, por favor.
Marta entró a la pequeña salita y se sentó en un lado del sofá. Mientras la señora iba a la cocina, ella recorría con la vista cada detalle de la habitación: las cortinas, la estantería, el aparador, el suelo, el sofá, los sillones, la mesa camilla. La decoración había cambiado, pero aquel era el sitio. Sin duda. Algo de Ramón quedaba todavía allí, no sabía muy bien donde, si en las paredes o el suelo, en los muebles que habían sobrevivido o en los marcos de las puertas. Daba igual lo que fuera, todavía se podía respirar un ligero aroma a él; y ese recuerdo tan añorado le hizo estremecer.
La señora hablaba y hablaba sin parar, mientras dejaba el café y las pastas en la mesa baja, acercaba las servilletas y un cenicero.
- No. No fumo, gracias.
- Haces bien, hija. Mi marido fuma y así le va. Cada resfriado que pilla parece una pulmonía. Yo se lo digo siempre: tendrías que dejar de fumar. Cualquier día de estos no sales de esta... A ver, niña, dime: ¿Cómo se llamaba tu hombre? ¿Juan me has dicho?
- Ramón, se llama Ramón.
- Un antiguo novio, supongo. Perdona si me meto donde no me importa...
- Sí, un antiguo novio. Hace que no sé de él. Pasaba por aquí, por Madrid, y me he decidido a visitarlo - mintió Marta - ¿Ya no vive aquí?
- No, aquí no, hija mía - dijo la mujer con un gesto de desolación - Este piso estaba abandonado cuando lo alquilamos. Nos lo consiguió una agencia, pero no llegamos a conocer a su propietario.
- Y ¿no les ha hablado ningún vecino? ¿no sabe dónde ha podido ir?
- Aquí nadie sabe nada. Por lo visto pasó algo. El antiguo propietario, tu chico imagino, se metió en líos o algo así. Nos contaron que la policía selló la puerta un par de veces. Algo turbio, drogas me imagino yo que sería. De repente, desapareció sin dejar rastro.
- ¡Qué raro! Ramón era una persona normal. No tomaba drogas que yo supiera. ¡Si apenas probaba el alcohol!
- Pues no sé. Igual encontró malas amistades. Pero no sé nada de él. Si quieres, te doy los datos de la inmobiliaria que nos alquiló. A lo mejor, ellos saben algo más.
- Sí, por favor.
- Toma nota.
6 comentarios:
¿Quien era esa segunda visita?
Me la encontraré en la próxima entrega?
O se hará rogar?
Marta, buscando con la mirada algún rastro de él.
Quiero que lo halle, que lo encuentre. Eso quiero
Un besote
Y me tienes que decir como has colocado el reproductor y subes esa música. Calidez...Está bien
Sí, en la próxima entrega.
La tentación de Marta es volver a verlo. ¿Para qué? Es una pregunta que nos deberíamos de hacer de vez en cuando.
Besos.
Vengo para darte tu beso lunero y me encuentro con esa respuesta tuya, me refiero a que deberíamos preguntarnos un para qué y es que yo ya no me pregunto solo sigo el camino trazado a ver dónde nos lleva esta Marta tuya que es ya también un poco mía.
¿Sábes? siento que aquí expuestos a todo un Universo somos como átomos y eso, esa secillez, me gusta.
Otro besito por si se te olvidó el primero
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Que a ti los Kiwis te recuerdan a Maria Jiménez?
JAJAJAJA
Me meo
Te lo digo por aquique parece que hemos invadio la orgia.
Muacks
Oye y lo del almax va en serio ya sea pa el estómago o para cualquier parte visible o no de ese cuerpo tuyo
Los kiwis me recuerdan a María Jiménez por una vez que pedía que se lo comieran (no especificó si con cuchara, o cuchillo y tenedor)
Orgía e invasión son términos perfectamente compatibles.
Besos luneros.
Juanjo a veces pienso en la cantidad de gente que escribe, al decir esto me refiero a verdaderos escritores , como tú , por eso me dan más ganas de parar la orilla y seguir leyendo, ya que a todo no me dá tiempo.
besinos
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