En la recepción del hotel no hay mucha gente a esas horas. El domingo invita a permanecer un rato más en la cama, demorar el desayuno, y aplazar el doloroso trámite de las maletas.
Sin embargo, Marta ya está allí, con su equipaje recogido, el billete de tren dentro del bolso, y la tarjeta VISA preparada en la mano, a la espera que el conserje termine de calcular la minuta.
Su mente se halla ya lejos de Madrid, pensando en el retorno, aunque el misterio del paradero de Ramón todavía le inquieta a ratos. En uno de esos, repara en la promesa de Marisa: las instrucciones para comunicarse con ella; y su vista se dirige entonces hacia el casillero de las llaves. En el de su habitación, un pequeño sobre blanco, sin remite, espera.
En el camino de Chamartín, Marta no habla. El taxista intenta en vano darle conversación. El pequeño sobre blanco pesa como una losa dentro del bolso. Es muy poca información para tantas emociones, para tanto peligro pasado. Mientras las palabras vuelan por el taxi, Marta saca balance, y nota como su ánimo empieza a caer por un precipicio tan previsible como profundo.
Poco antes de llegar a la estación, la mirada del taxista encuentra unos ojos rojos a punto de estallar, y algo por dentro se le mueve, una angustia repentina que le sube por el esófago hasta la garganta y le vuelve a bajar hasta la boca del estómago.
Al despedirse, Marta baja la cabeza, pero pronuncia su nombre muy bajito.
- Adiós, Carlos. Ha sido un placer conocerte. Quién sabe si volveremos a vernos.
En el Gregorio Marañón cada segundo cuenta. Los auxiliares corren empujando la cama, balanceándose los goteros con furia. El cirujano revisa el material de prisa, pide los guantes, se ajusta el delantal y se ciñe una máscara. Los ayudantes se mueven con una rapidez y precisión labradas por años de experiencia, aunque entre ellos siempre se mezcla algún novato, médico o auxiliar, que estorba un poco el ritmo trepidante pero armonioso del trabajo. Cuando el paciente llega, todo está preparado para una intervención rápida.
Desesperante hubiera sido la espera, si alguien aguardara en la sala, pero está desierto el local donde habitualmente anida la impaciencia, y, en cambio, el tiempo del quirófano se mide con otra vara, o mejor dicho, con otro diapasón. En términos absolutos, han sido cerca de cinco horas de operación, un trabajo sofisticado y duro, pero gratificante.
El cirujano todavía no es consciente del cansancio que lleva encima, sólo intuye el éxito de su buen hacer, que deberá pasar todavía por el examen del post operatorio. Si éste complica con alguna infección, o el paciente no termina de recuperarse pronto de la debilidad causada por la pérdida de sangre, todo el trabajo podría irse al traste.
Sin embargo, él sonríe optimista. Apostaría diez a uno por la supervivencia del hombre que ha centrado sus pensamientos las últimas horas, piensa mientras se cambia de ropa.
Marisa se ha hecho muchas veces esa pregunta, y no siempre se ha respondido de la misma forma, pero siempre dentro de la horquilla del sí sin condiciones al como se quiere a un amigo. Aunque a veces, cuando su amor le parecía un sueño inalcanzable, se consolaba mintiéndose a sí misma, ella conoce de sobra la verdad y sospecha, además, que Marta la intuye; pero no va a confesar a esa mujer, a las primeras de cambio, lo que se ha negado a sí misma, y también a Ramón, durante tanto tiempo.
-¿Tú que crees?- pregunta, afirmando con la mirada.
Marta, que comprende, le sigue el juego. Asimila la respuesta sabedora de que está de más seguir por ese camino. Marisa ha llegado al límite de confidencias del día, y se necesitaría una amistad más fuerte para satisfacer plenamente su curiosidad. Tal vez haya oportunidad más adelante.
- Bueno, no importa. Perdona si te he molestado.
- No, no me has molestado. Estoy un poco cansada, eso es todo -dice Marisa en tono conciliador.
- Sí, ha sido un día agotador. Yo también estoy muerta. Creo que me voy a ir al hotel. Necesito descansar y ordenar mis ideas. Mañana vuelvo a Huesca.
- ¿Nos veremos antes? -pregunta Marisa.
- Posiblemente no, pero ¿quién sabe? Tengo que comprar el billete de tren todavía. Por si acaso, déjame tus datos.
- Mejor me das el nombre del hotel y tu habitación. Te dejaré un sobre con mi teléfono móvil, la dirección de correo electrónico, el apartado postal del que te he hablado y las instrucciones para comunicarte conmigo. Ya sabes que no debes utilizar el teléfono ni el correo electrónico para hablarme de Ramón, pero llámame si tienes que venir a Madrid por algo, y tienes tiempo para comer o tomar un café aunque sea.
Marta hurga en el bolso, saca una libreta y anota con cuidada letra su número de móvil, la dirección de correo electrónico, y el número de habitación del hotel. Se despiden con dos besos, y ya en la calle marca el número de su taxista favorito.
Digamos que había ido a dar una vuelta para despejarse. Algo parecido declarará posteriormente Manuel Escámez, conductor de autobús retirado, delante del agente que le interrogará con cara de no creerse nada.
La excusa ni colará ante el policía, ni se lo tragaría su difunta de habérselo contado en vida, pero a lo mejor es ella, o su ausencia, la que había conducido a aquel jubilado por los alrededores de la Casa de Campo a esas horas de la noche.
¿Qué andaba buscando Manuel Escámez aquella noche en aquel paraje?
Buscaba, probablemente, unos ojos emergentes de una oscuridad espesa, unas curvas excesivas, desafiantes, al borde del camino, unos labios carnosos, una lengua experta, despertando su sexo dormido a un precio acorde con su pensión mínima.
No tuvo tiempo de encontrar nada de eso, pues un bulto extraño le llamó la atención desde la cuneta. Al acercarse y ver aquella figura ensangrentada y deforme, saltó al coche y tuvo ganas de arrancarlo y salir corriendo, pero su conciencia no le dejó girar la llave del todo.
Volvió a bajar, malhumorado y consciente del marrón en el que se metía, marcó en el teléfono móvil el número de la policía, y se acercó al cuerpo para ver si sentía el pulso.
Mientras daba el parte al telefonista de turno, iba pensando si esa noche ralmente necesitaba despejarse o simplemente se le había hecho tarde remando en el estanque.
Marisa tarda en responder. ¿Sabe realmente si Ramón está bien? Repasa rápidamente el tiempo que no sabe de él, y es mucho. No conoce su paradero, y ese pequeño ventanuco por el que se comunicaban hace tiempo, el blog de Ramón, permanece opaco a cualquier tipo de intercambio. ¿Y si le hubiera ocurrido algo? ¿Se enteraría ella? Finge que sí.
- Marta, si le hubiera pasado algo ya me habría enterado. Por su seguridad, cuanto menos sepa de él es mejor. Y, créeme, me interesa que nada malo le ocurra.
- Ya imagino -dice Marta- pero, en todo este tiempo ¿no has sabido nada de él?
Nuevamente, Marisa duda. La pregunta es directa y no admite muchos rodeos. Tiene que decidir si miente a la joven, o si le va a contar toda la verdad. Admitir que ha tenido algún contacto con Ramón provocaría nuevas preguntas. Ahora, dentro de su interior luchan, por una parte la espía, y por otra la mujer. La primera se inclina por proteger la operación y seguir cobijando a Ramón bajo su manto protector, la segunda no puede dejar de sentir simpatía y solidaridad por la búsqueda imposible de Marta, por su absurda tentación.
Mientras Marisa medita la respuesta, la mirada suplicante de su interlocutora le está torturando. Marta se ha quedado quieta, mirándola fijamente, pero su rostro no refleja exigencia alguna, sino más bien una angustia.que no puede dejar indiferente a nadie, que revela un desasosiego interno difícil de controlar. La respuesta urge, y más si cabe cuando el interrogante se mantiene suspendido, expectante, en la cara de la joven; el tiempo de meditación agoniza con los granos de un reloj de arena imaginario. Marisa, finalmente dice que sí, cuando su cuenta atrás ficticia termina, sin saber muy bien qué está diciendo.
- Sí -duda Marisa- Sí. He sabido de él, pero...
- ¿Le ha pasado algo? -pregunta Marta, confusa-
- No, no es eso. Verás... No sé cómo contarte ésto. Me tienes que prometer que no dirás nada a nadie. ¿Puedo confiar en ti?
- Claro, la duda ofende -contesta Marta, sin pestañear-
- Yo no tengo permiso para contactar con Ramón. Su única forma de relacionarse con el exterior, con su antigua vida, es un apartado postal, cuya dirección solamente conocen un par de personas. Debe utilizarse solamente en caso de gravedad, no para comunicaciones habituales. El objetivo de la protección de testigos es que el protegido comience una nueva vida rompiendo todos los lazos con la anterior. Se trata de volver a nacer. Así debió ser con Ramón, sin embargo... nosotros encontramos una forma de burlar el protocolo, una vía de escape clandestina para comunicarnos sin aprobación de mis superiores. Antes de contártela, espero que entiendas que me juego algo más que mi puesto de trabajo si se descubre todo.
- No te preocupes. Por mí nadie sabrá nada.
- No debería contarte ésto, es peligroso, pero te has implicado ya tanto que sería injusto dejarte así. Espero que seas discreta y prudente. La gente que está detrás de ésto no se para con chiquitas, y se lanzará sobre nosotros en cuanto sospeche que sabemos algo.
- Pero, entonces... ¿sabes dónde está? -pregunta Marta ilusionada-
- No. No lo sé. Realmente no tengo ni idea, y ni siquiera puedo asegurarte que esté bien. Hace mucho que no tengo noticias de él, realmente, pero no creo que le pase nada.
- Entonces...
- No seas impaciente. Ahora te cuento. Todo esto te va a parecer una tontería, una chiquillada, pero durante un tiempo esa chiquillada funcionó. Ramón tenía un blog, una página personal donde escribía. Era una especie de diario personal donde escribía para desahogarse. Antes de irme me dio su dirección, y durante un tiempo mantuvimos el contacto. Después, se cansó de escribir. Ahora ya hace un tiempo que no sé nada de él.
- ¡Vaya sorpresa! Nunca hubiera imaginado que Ramón tuviera algo así.. Ni siquiera sabía que le gustaba escribir. ¿Me puedes dar su dirección?
- Imaginaba que lo pedirías, y no te hubiera contado nada si no estuviera dispuesta a dártela, pero, por favor, no me lo transtornes mucho. Interesa, mal que me pese, que esté como está, calladito.
- No temas, no abusaré.
- Eso espero. La dirección es: http://diarivirtual.spaces. live.com Y ahora, tengo que pedirte una cosa.
- Dime.
- Si sabes algo de él, algo importante, ya sabes, cuéntamelo, por favor. Pero no utilices el teléfono. Ni siquiera el mío es seguro. Te daré un apartado postal de la embajada. Escríbeme ahí, a mi nombre, pero utiliza un seudónimo, un nombre falso. Puedes llamarte Sonia García López, por ejemplo.
- De acuerdo. Así lo haré. ¿Te puedo preguntar algo más?
Es peligroso caer en algunas tentaciones. Marta no sabía hasta que punto es cierta esta frase el día que decidió volver a saber de su antiguo novio Ramón. La falta de noticias sobre su paradero le obligará a emprender una arriesgada búsqueda en la que se cruzarán terroristas y espías internacionales.
Procedente de Huesca, su ciudad natal, Marta viaja a Madrid, ciudad donde residía Ramón cuando terminaron su relación. Allí, con la ayuda de Miguel, el taxista, encontrará a Vicente, íntimo amigo suyo, quien parece tener la clave del misterio de la desaparición de Ramón.
Pero antes de la esperada entrevista, Sergei y Natacha, agentes rusos de paisano, secuestrarán a Vicente y la posibilidad de obtener noticias de su amigo.
Otra mujer, Marisa, agente del MI5 y buena amiga de Ramón, se convertirá en una inesperada compañera de aventuras, en las que descubrirá que a veces es necesario recorrer un largo camino para encontrarse a una misma.