Ella plantea las cuestiones con la dureza de su acento eslavo, apoyando con el frío de su mirada azul. El solamente golpea, retuerce, quema, desgarra, con metódica destreza. Se toma su tiempo, muestra sus armas, y deja que el tiempo instale el terror en el ánimo de su prisionero.
Así que todo sigue bajo el mismo patrón establecido durante la siguiente sesión, aunque ella disminuye su seguridad a medida que él incrementa el sadismo de la tortura. Son dos formas de expresar una impotencia, que Vicente sabría identificar si no estuviera a punto de desmayarse.
El último directo a la mandíbula le arranca a Vicente dos muelas y vuelca la silla a la que permanece atado, quedándose inerte en el suelo sobre el charco de su propia sangre.