martes, octubre 24, 2006

Pena de bandoneón


Imagen tomada de http://70e.blog.hr/
No entendía por qué se hallaba allí, en aquel escenario, delante de tanta gente desconocida, pero ya no podía echarse atrás.
Después de unos segundos de espera, que se estaban haciendo eternos, estaría interpretando una canción escogida por no sabía muy bien qué motivos; pues era perfectamente consciente de que se le erizaba el vello de sólo escucharla, y que cantarla, con toda seguridad le haría estremecer hasta arrancarle algunas lágrimas de esos oscuros ojos, algo nada difícil de conseguir por aquellos días.
No sin esfuerzo, sus amigas le habían convencido para salir a dar una vuelta, confiadas en que así conseguiría salir del encierro que a sí misma se sometía, y en cierto modo lo habían conseguido. La noche había estado animada, ella parecía olvidar sus preocupaciones, mostrándose participativa e incluso ingeniosa, como solía serlo antes. El vino de la cena le había devuelto la chispa, no sólo a sus ojos, también a su lengua, especialmente mordaz y sarcástica en esa cena.
A última hora, incluso había insistido en quedarse en aquel karaoke, a pesar de que casi todas sus amigas estaban terminando la velada, y deseando irse a casa.
Y ahora se encontraba allí encima, rodeada de gente bulliciosa, que sin embargo había enmudecido al escuchar las primeras desarradoras estrofas de la canción.
Y es que Marta se estaba cantando un tango a sí misma, estaba bebiendo su propia amargura, mientras su voz quebrada arañaba los corazones de los presentes. Ella era la misma Malena de la que estaba hablando, la que cantaba con voz de sombra, la que tenía pena de bandoneón.
Su voz rasgada tenía el frío del último encuentro, el recuerdo de aquel romance, que a ella, en cambio, ni siquiera el alcohol podía arrancarle unas palabras, porque lo tenía bien anclado en su corazón.
Y era precisamente entonces, en ese momento, paladeando la letra de la canción, cuando se daba perfecta cuenta.